(texto leído durante la presentación del libro de Nilda Barba, en el Centro Cultural Recoleta, el día 5 de abril de 2010)
La poesía delata a los sobrevivientes. Si tal vez la compasión ofreciera otros territorios al tránsito, sería de sensatez y prudencia no olvidar.
El que ha sobrevivido a los mandatos y regresó de allí con la voz clara y el espíritu fuerte, es, para toda lectura posible, un oponente formidable.
Si a la travesía fue la doctora Jekyll, de esos ámbitos no regresó sola. El aprendizaje la proveyó de un
alter ego que pudo desarrollarse sin configurar una patología, sino devenir voz nueva. Generó un posible temporal electivo, como si la respuesta al mandato hubiese sido la transfiguración. Una metamorfosis capaz de permitirse aflorar cuando alguna forma de amenaza fuese detectada en el entorno.
Aunque, sabemos, para algunos no hay amenaza más real que la memoria de otros. Quien recuerda, sabe. En cada hijo vive la memoria de los años, en que se era objeto de órdenes y contraórdenes por parte de quienes debían prepararnos para la vida. Para el ejercicio de vivir, y este aprendizaje era, a veces, severo, punitivo.
Empero, a través de la memoria, construido ya el adulto, se logra el equilibrio entre lo comprensible, lo perdonable y lo que no.
El pasado es el tema. A veces teñido de colores intensos, otro, desdibujado o sepultado por puro acto de supervivencia. Y siempre, la posibilidad de tropezar con la piedra conocida, ya en rol de padres.
Cuando se toma de la mano a la pequeña persona que uno fue y con ella se revisita ese tiempo de ingreso en el fantástico campo de pruebas que fue nuestro laboratorio de lenguajes, hablado, corporal, gestual y emocional, el lugar donde se fragua la persona que seremos, y que nos encuentra adultos, viéndonos y uqeriendo no ser ese niño o niña, sucede que una iluminación nos contornea, nos define y sabemos que un señor o una señora Hyde, tienen la decisión en sus manos.
Se vuelve de esa exploración, casi siempre teniendo en claro, realmente, qué cosa es poder y qué otra es querer. Casi siempre, saber que podemos nos hace coquetear con el deseo. Pero, como la sabiduría popular precisa:
el amor es más fuerte.
Curiosamente uno es más fuerte cuando no apela a ese ápice de fuerza extra y sólo abraza su infancia, ese
tiempo de esponja y lo amalgama con su real tiempo de dejar hacer al día y a la noche, sus trabajos de reparación.
(para acercar una noción de esto que digo, voy a leer, sin solución de continuidad dos poemas de
doctora jekyll y señora hyde)
¿y si se enoja?
¿y si me señala y me dice
venga para acá
inmediatamente? (inspira fuerte)
¿y si me mira frío
y me congelo
y no camino rápido
hasta tocar sus rodillas? (inspira fuerte)
¿y si se enoja más
y me dice que soy mala
y que es por mi bien
y que es así porque él lo dice
y que obedezca
y que si no
nadie me va a querer?
la piedad en transparencia
no es maría
sostiene en su regazo al padre
un cristal
como las estrellas
se apaga
doctora jekyll y señora hyde, dice que todo es circular, que si de la travesía algo Hyde habitó la conciencia y la voz en el mediodía, a la tarde, cuando cobra un sentido de realidad serena, apaciguada, doctora Jekyll, vuelve a casa, reconciliada, reparada por el amor, que, al decir del poeta Luis Houlin, es,
en sus infinitas formas, lo único que tenemos y nos tiene... y yo agrego, nos sostiene.
Bravo por
doctora jekyll y señora hyde, y bravo por Nilda Barba, poeta.
Graciela Esther Zanini nació en Buenos Aires. Es poeta, narradora y ensayista. Tiene publicados varios libros de poesía, entre ellos
Rasputín y otras obsesiones (2003), y
Lo que hay, (2005), De próxima aparición:
Criaturas.