lunes, 21 de noviembre de 2005

El Cordón - Contratapa del libro por Ana Guillot

Encrucijada como centro del mundo. Pasaje de caminos que obliga a la elección y que invita a cimentarse en la confianza y a no mirar atrás, a riesgo de perder a Eurídice (ánima, eterno femenino, alma, conciencia superior).
Encrucijada como lugar de revelación y conocimiento. Un noble aprendizaje en este no dejar que transcurra el día sin haber intentado un nuevo paso. Y no precisamente de baile, si el cordón de las zapatillas se nombra horca, freno mortal, almidón que raspa, chirrido del tobogán (perlado del bisturí/ hundido en su mañana). En la posibilidad, el riesgo. El cruce del umbral.
La bajada al Hades incluye el dolor, inocultable. Pero se enuncia, a su vez, como inefable espacio de búsqueda. Es conveniente entonces dejar que el monstruo hable para después adormecerlo en cantos y llevarlo, acunado, entre los brazos. Como siempre, la música (ahora la de las palabras). Y algunas (pocas) certezas.
La encrucijada como lugar de encuentro con el destino (Edipo y Zolh, la runa ambivalente y protectora, saben). Como espacio de sanación y alimento, cuando nos hemos permitido el combate interior. Como lugar de ofrendas. Hogar y fuego en el íntimo territorio corporal. Consonancia con la otredad.
En algunos cuentos infantiles, la encrucijada se borra después del paso del héroe, porque la elección ha sido resuelta. Aunque más adelante puedan aparecer otras .Y es sensatez aceptar que el cauce es así, permanente (necesito/ la órbita del búmerang/ que regresa/ a su sabiduría).
La poesía de Nilda Barba nos coloca todo el tiempo al borde de esta encrucijada. Disuelto el cordón, nos obliga al tránsito, a la catábasis (duelo y deslumbramiento simultáneos). Para guiarnos, solícita, hacia alguna forma de salida (en la que el deseo pulsa, continuo). No promete permanencia; pero, sí, libaciones y fiestas de guardar.
Música (de cítara o de lira, palabras que insinúan derroteros; a veces, voluptuosos). Imágenes sensuales (ella quiere ver, ella quiere tocar). Símbolos y misterio. Sencillez no exenta de hondura. Una voz nueva y personal. Asombro y maestría (creemos ser aves/ que más alto vuelan/ (hacia el tajo/ del final)). Será necesario que ella no gire (no lo hará). Será necesario que nosotros confiemos.
por Ana Guillot

El Cordón - Presentación por Héctor Miguel Ángeli



En los inconmensurables mundos de la poesía, Nilda Barba pronuncia su primera palabra en un libro. Es casi una actitud heroica en estos tiempos. Estallar, surgir, nacer en una palabra poética es hoy atreverse a todo a pesar de todo, es asumir una lucha que no tendrá fin y cuyo único resplandor parece negar el rostro de su grandeza, grandeza a la que nada le es ajeno, ni siquiera el fracaso o la indiferencia, porque está ligada a los orígenes, porque está gobernada por lo que alguien llamó "la aventura y el orden".


Nilda Barba ha elegido "El Cordón" como título representativo de su heroísmo inicial. Es un título que merece algunas consideraciones. Parece el título de una novela, posiblemente policial, o de un libro de cuentos, posiblemente infantil. Pero no, es un libro de poemas. Y aquí comienzan las sugerencias, que van desde el cordón de los zapatos hasta el cordón umbilical. Y entran entonces los fantasmas.


¿Por qué no el invisible y delgado cordón que nos une a la vida? ¿O el también delgado y trágico que nos une al amor? La poeta nos da pautas:


"cuando en mis manos cayó


la piedra de las águilas


intuí el ombligo y el cordón


sin anudar"


Otro poema nos acerca a una interpretación donde tiembla la muerte:


"no quisiste


ataste tu garganta


de presa a cazadora


desplazaste el centro


y ocultaste


y te lloraron sin saber


cuando te vieron


colgada"


Pero no nos conformamos. Intuimos más. Porque Nilda nos ofrece múltiples imágenes de su centro poético: adivinar la conciencia de lo que no puede ser, a pesar de asumir la conciencia de que todo puede ser. En este conflicto se extienden sus versos. Dice en uno de ellos:


"convirtió el laberinto en nido"


Es casi la definición de una poética. La permanencia en los caminos infinitos. La clausura de una sociedad de difícil salida. Nilda Barba recorre así todas las zonas de la existencia, las oscuras y las luminosas y ¿por qué no? también las padece, segura como está, mencionando a Francisco Luis Bernárdez, de que para poblar este desierto le basta y le sobra la palabra. Y la palabra de Nilda no se deja vencer por la dulzura o la melancolía, no obstante ser palabra de mujer desde la infancia al sexo. Nilda es implacable a la hora de la lucidez. Emplea un lenguaje duro, cortante, inflexible, casi indómito que, de pronto, parece responder a aquellos magníficos versos de Alfonsina Storni:


"oponer una frase de basalto


al genio oscuro que nos desintegra"


pero que Nilda adquiere una versión más despiadada cuando habla de los que


"exprimen


limones


sobre las llagas"


Son expresiones de un realismo sin arbitrariedades que obedece a sus reclamos de la íntima zozobra:


"quería dejar de inventar


el sol por las noches"


nos informa una vez y luego, más drásticamente, nos habla de


"quemar la ensoñación".


Por último, confieso, quiero confesar que nunca me tocó presentar un libro tan endemoniado. Dicho esto, por supuesto, sin ánimo demoníaco. En efecto, ha ocurrido que en cada relectura los poemas me parecían distintos, me traían nuevas connotaciones, se abrían a otras y alteradas dimensiones, como si las imágenes quisieran cambiar de lugar y de sentido. ¿Acaso me ahorcarían con el símbolo de las zapatillas de punta que Nilda sorpresivamente nos ofrece?


Lo cierto es que este libro colmado de áspera belleza, no convencional, no conformista, nos convoca a una bienvenida. Y que Nilda Barba, por él, ya es esa herida y esa felicidad que no dejan de latir: la poesía.




por Héctor Miguel Ángeli